
Vivir es compartir.
Ya…, ya sé que es al revés, pero en un momento de reflexión me pregunté: ¿cual es la clave de esos memorables momentos que etiquetamos como felices? Y al responderme le di la vuelta al refrán.
Rememoré muchos momentos de la infancia, en casa, en el colegio, en la calle. De juego y momentos musicales con mis hermanos, de trastadas, de noches de verano, de lecturas compartidas, de debates hogareños, de salones convertidos en cines de cinco estrellas. Aparecieron en mi mente cantidad de comidas familiares, sobremesas con mis primos y cenas entre amigos. Brindis, llantos de risa, empachos de alegría, miradas, gestos, opiniones y gustos, muchas veces separados por un rectángulo con patas lleno de sabores y conversaciones. Recordé noches de fiesta y épocas de exámenes en la residencia, con sus alegrías y desvaríos, con sus bailes dispares, con sus confesiones inéditas. Dos contextos tan diferentes y con tantos puntos en común…

Imagen de Ali Inay
También levantaron la mano ante la palabra feliz esas bonitas noticias inesperadas, cuando se cumplió algo que ansiaba o esos insigth surgidos entre cafés y cañas; anécdotas en viajes, miedos superados, reencuentros y conciertos; buenas calificaciones, ofertas de empleo y primeros sueldos; conversaciones transcendentales surgidas de “nadie sabe donde” entre conocidos y desconocidos; días cotidianos que no quisieron ser uno más sino ser “lo más” y tantos reconfortantes abrazos (exhalación)… Incluso me vino a la mente cuando llevaba a mi hermano pequeño a la guardería o la primera vez que cociné una tortilla de patata (para reírse). Y así, un sinfín de pequeños detalles en grandes y pequeños instantes más o menos íntimos y duraderos. Pero, ¿qué hay de parecido en todas las anteriores situaciones para alistarse bajo el adjetivo “feliz”?

Imagen de La mirada de tu sonrisa
Visualizando los recuerdos tal cual una película, iba despuntando un denominador común: eran momentos compartidos. Resulta que los momentos de juego, de brindis, de buenas noticias, de “estar en familia”, de amor despeinado, de dar y recibir, de operativizar la amistad, de sentirse querido, etc., no se habrían dado de tal modo si no los hubiese creado sencilla y conjuntamente con alguien. Los momentos de felicidad que más borboteaban en mi cabeza se habían construído en base a la sencillez y el verbo compartir. La felicidad se resume en momentos compartidos.
Haz la prueba. ¿Cuál dirías que es el día más feliz de tu vida hasta ahora? A que adivino un detalle sin saber qué paso tal día: LO COMPARTISTE. Y dime, ¿el hecho de compartirlo es pilar o impulsor de que le des a ese momento el oro de la felicidad?

Fuente: pexels
La felicidad se resume en momentos compartidos.
Los demás no están de más. Compartir es un “nosotros”, se construye con los otros. Sin poder compartir, la vida se vuelve “ida”, desconcertante, creando la “v” perdida un vacío interior, delatando así que no hay vida colmada ajena al verbo compartir. Y es que la felicidad junto con las virtudes, son de las pocas cosas que se multiplican al dividirse como acertadamente expuso Facundo Cabral: «bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla», poniendo así de relieve algo que ya vendría experimentando el humano desde su existencia.
Por eso, aunque tengas todo el oro del mundo, si no tienes con quien compartirlo, éste se devalúa. Compartir no es estar rodeado de gente, no es regalar, no es simplemente dar. Compartir es un hacer conjunto, es un simbólico ir a la par. Es un uso o participación en común, es un contigo. Pero ¡cuidado!, la calidad de tu red interpersonal no se mide por el número de participantes, sino por el efecto que os provocáis y la fortaleza y sinceridad de los nexos. En el momento en el que alguien te acompaña por lo que tienes y no por lo que eres, está por adicción a lo banal y no por elección de lo trascendental: tu persona.

Fuente: pixabay
Si de algo hay pruebas en la ciencia incierta de los sentimientos, es que cuanto más compartes más feliz (te) haces. Dar y recibir, dos verbos en continua interacción que se funden en el verbo compartir. Te aseguro que siempre habrá alguien receptivo a lo que ofreces -hay gente que te abre los brazos sin conocerte, al igual que hay personas que viven con los cerrojos echados y no abren sin mirar por la mirilla-. Pero tu foco está en tus acciones. Recuerda que no es lo mismo compartir que regalar, no es lo mismo acoger que dejar entrar. Sólo podrás acoger cuando hayas sabido lo que es entregar. Tan veraz como escueto. Tan sencillo como gratificante.
Quiero daros las GRACIAS por retroalimentar este espacio, por acoger las reflexiones que trenza mi mente y suplir mi inquietud de compartir, para la cual, os necesito. GRACIAS por formar parte de mis momentos de felicidad. 🙂

Imagen de La mirada de tu sonrisa
Compartir es un hacer conjunto, es un simbólico ir a la par.
No construyas una vida singular en singular, lo cual no está reñido con ser original. Contornea tu personalidad pero mantén los poros abiertos al mundo. Propaguemos nuestras virtudes, controlemos la debilidad que le tiene el dedo índice a los defectos y potenciémonos la felicidad unos a otros. No se puede ser feliz en soledad. Un corazón solitario, es como un reloj sin horario. Idea difícil de concebir ¿verdad? Entonces, no diré más que…
…hasta la Vida surge del verbo compartir, así que VIVIR ES COMPARTIR.
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