
Buen sabor de vida.
Hoy el día me ha regalado un paquete de desilusión, sólo he cogido una pizca. También tres horas de incertidumbre y tensión, 7 zancadillas y una caída casi en el último escalón. Pero lo mejor es que he recibido 50 kilos de amor y cariño (si es que se puede cuantificar). Con todo esto, al final del día me he preguntado ¿puede salir algo bueno de este desaguisado? La respuesta ha sido clara, concisa y firme: SÍ, y he rescatado una receta que guardaba en mi libro personal de recetas top, y en 15 minutos la he cocinado. Menudo plato de resiliencia he cenado extrayendo lo positivo del “para qué” de esas dos horas, potenciando el sabor con esos kilos de cariño y echando también esa pizca de desilusión y algún cardenal de la caída para mantener la tensión estable y recordarme que “un día tropecé pero salí victoriosa”. Así que al final, me he ido a dormir con una buena digestión emocional y el alma saciada. Como para echar fuegos artificiales. Porque ser capaz de llegar a tu casa con una sonrisa tras caminar por un día de viento huracanado debe ser celebrado.
Sin embargo ayer me alimenté con mis platos preferidos. Me salió un menú riquísimo. El día de antes no me olvidé de recordarme los puntos fuertes de esa jornada. Supongo que eso ayudó a que me levantase con una sensación de satisfacción y fuerza tal, que facilitó que desayunara las proporciones adecuadas de lo necesario para que el día fluyese con naturalidad y alegría: mi bizcocho de “ganas”, mi fruta del árbol “del optimismo”, mi vaso hasta el borde de “constancia” y alguna cualidad más, eso sí, dándome antes mi ducha de motivación. La mañana fue rodada, la tarde la bajé rodada de lo bien que comí y no le dí el beso de buenas noches a la luna sin antes extraer las 3 cosas mejores/ buenas/positivas de ese día.
Y es que cuando se alimentan bien el alma, la mente y el corazón, y además el viento sopla a tu favor, es tan fácil caminar hacia adelante que te da la sensación de que llevas unas Heelys en tus pies en lugar de tus converse de cada día. Te da la sensación de que tu espalda va erguida y tu mirada mira con profundidad al frente como si un corsé y un collarín te mantuviesen la postura. Pero todo con naturalidad. Sin magia. SON TODO GANAS.
Habrá días en los que se te llene la cocina de humo. Otros en los que te despistes y te quemes. Días en los que te apetezca más dulce que salado. O viceversa. Días en los que parezca que has echado alcohol en el guiso. Días en los que te quedes corto de sal y otros en los que te pases con el picante. Pero lo importante es que NO DEJES DE COCINAR, NO DEJES DE PRACTICAR.
Si de veras quieres mejorar y aprender de los desaciertos, no dejes de intentarlo, no dejes de crear, de modificar, de poner un poquito menos de esto y un poquito más de aquello. Así y solo así, más tarde o más temprano, darás con la receta perfecta con la que alimentarte día tras día. Nadie tendría que hacerlo por ti. Sólo tú sabes como saben los ingredientes en tu alma, solo tú sabes que le gusta más a tu corazón.
Como aprovechas el alimento en mal estado, así deberías actuar ante los que te intenten disuadir. Desecha lo malo y añade a la cazuela lo que consideres que potenciará tu sabor. Debes conocerte y cocinar para ti y para los que te rodean. La receta de la felicidad se cocina día a día. Sí, CADA DÍA.
Así mismo, los valores sobre los que bases tu cocina son elección tuya. Fogones tradicionales, cocina minimalista, cocina asiática, dieta mediterránea…Encuentra la dieta que mejor le siente a tu alma. Y no bases tu elección sólo en los ingredientes que se te han dado o tienes más a mano. Si tienes que viajar lejos y buscar hasta en el infinito para encontrar elementos para tu cocina, sé constante y camina lo necesario hasta conseguirlos y así poder cocinar lo que tu espíritu realmente necesita.
Guisa tus días. Cocina tu vida. Con cada acierto y cada tropiezo. Con cada ilusión y cada desilusión. Con el exceso de motivación y con la falta de inspiración. En cada unión y en cada separación. Con cada mirada, sonrisa e impresión que recibas a lo largo de un día. Con cada baño de motivación y con cada jarro de agua fría. Con el interminable “etc” de ingredientes que la vida te ofrece, tienes la oportunidad de inventar únicas y originales recetas. Tú eliges con quien compartirlas y a quien preguntar para mejorarlas. Tú decides con quien saborear la vida. Lo importante es no dejar de cocinar.
El ingrediente básico y a la vez estrella, eres tú. Tú eres lo único que necesitas para comenzar a construir tu felicidad. Y cuando tomes consciencia de quién eres, agarres con firmeza las riendas de tu vida y pongas la primera piedra, entonces, serás capaz de ver con toda nitidez la cantidad de gente que te tiende la mano, que forman parte de esa construcción, que prueban tu guiso, que te felicitan, inspiran e impulsan, así como la cantidad de oportunidades que hay a tu alcance.
- La sal, tu personalidad.
- El aceite, tus ganas.
- La batería de cocina, tus valores.
- El movimiento del cucharón, tu pasión e ilusión.
- Ese “toque” que marca la diferencia, el amor.
- El ingrediente secreto, tu actitud.
- Los que te recomiendan recetas, tus seres queridos.
- El cocinero, TÚ.
¡Qué bien sabe la vida!
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