
Las cosas que nunca te dije.
¿Recuerdas ese día en el que osaste decirme que me odiabas? Me dieron ganas de mandarte a la “eme”, pero no lo hice.
Como cuando éramos niños y me quitaste 3 “tazos” de mi colección. Me di cuenta. Me dieron ganas de hacer lo mismo, pero no lo hice.
¿Y aquel día en el que me dijiste que ese chico no me convenía porque te gustaba a ti? Lo descubrí. Me dieron ganas de gritarte “sin vergüenza”, de hecho lo hice. También tuve ganas de borrarte de mi vida, pero no lo hice.
¿Recuerdas aquella tarde en la que tu orgullo y miedo ganaron un pulso al amor? Me dieron ganas de alejarme de ti, pero no lo hice.
Estas son sólo algunas de las cosas que nunca te dije pero que sí escribí en alguna nube, con tinta de lágrimas en muchas ocasiones y con la mano contándome las pulsaciones.
Estas son sólo algunas de las emociones que te oculté para salvar nuestra relación, pero que jamás me oculté para salvarme a mí misma.
No dije nada, porque callando se toma perspectiva de lo sucedido y se da tiempo para que las palabras encuentren su ubicación. A veces, callando se entiende mejor la gente. No dije nada, porque en tus ojos pude ver tu arrepentimiento y en tus abrazos tu perdón, aunque tu boca hablase en otras direcciones.
Porque tanto en las relaciones de pareja, familiares como en la amistad, los humanos cometemos menos que más (o eso quiero pensar), la gran estupidez de ofender a quienes queremos. No tocando las notas al compás, pero no por ello dejando la melodía de sonar bien, de sonar equilibrada.
Las puñaladas duelen, duelen mucho. Da igual la profundidad, duele hasta la intención de herir. Por eso, cada emoción negativa que nace de la realidad de las relaciones interpersonales debe expulsarse del cuerpo. Sí, hay que escupirla o esculpirla para seguir respirando con estabilidad mientras dure la carrera. Carrera de tú a tú, carrera en la que no se compite, recorrido donde los pasos no siempre se dan al unísono, pero que se sintonizan y a medio-largo plazo se equilibran.
Guardar las emociones negativas es como poner agua en un cazo a calentar. Tarde o temprano acaban por llegar al punto de ebullición. Hay quien funciona a fuego lento, otros lo hacen a todo gas. Por eso, independientemente de tu velocidad de cocción y tu umbral de ebullición, más temprano que tarde las emociones negativas hervirán en tu interior. Quemando tu alma. Encharcando tu corazón. Corriendo el riesgo de ser vomitadas indiscretamente.
Si alguien te hizo daño y nunca se lo dijiste, llama a un amigo o habla con ese familiar especial, ellos sabrán como parar la ebullición; cuéntaselo a un folio, redacta una carta sin tapujos, escríbelo (lo que hagas con la carta es cosa tuya, pero te recomiendo que no la conviertas en un best seller); ve a visitar la naturaleza y grítaselo, recrea la posible conversación con esa persona en voz alta. Ya te apunté un día que la naturaleza es una gran guardasecretos.
No te quedes amarrado a recuerdos hirientes. Por ti. Por tu salud. Por los que te rodean y quieren. Cuando te sientas lastimado, observa la herida y aplícale los cuidados oportunos. Resuelve la situación de tal modo que tus acciones NO aumenten ese daño y date tiempo (con mínimo y máximo). Si escupes, pide perdón. Si callas, no te olvides de hacer la digestión, la emocional.
Las cosas que nunca te dije, se las conté a mis fieles folios de colores que luego quemé o se los canté a mi guitarra. En las emociones negativas veo potencial de canción. Veo una hoguera de colores. Las veo y las creo. Ambos remedios, lejos de dejarme apática y triste, me devuelven la sonrisa que una despiadada acción me ha secuestrado por instantes. La sonrisa de la satisfacción de una herida bien curada. La sonrisa que recuerda que a veces la confianza es repelente, que la búsqueda de la perfección estanca y que la escritura sana.
Por eso nunca te dije nada, porque mientras contemplaba la hoguera o mientras cantaba, mi alma dejaba de hervir pudiendo contemplar lo que se escondía bajo las burbujas: el amor y unas inmensas ganas de abrazarte.
Eres parte esencial de mi vida, y a pesar de que aquel día pusiste mi alma a hervir y quise decir “te quedas aquí”, elegí poner mi película en la moviola. Así, pude tomar consciencia de que no has dejado de potenciar mi felicidad y de que no hay que tomar decisiones bajo la “embriaguez del enfado”.
Con palomitas en mano comprendí que el querer no es perfecto, de lo contrario nos condenaríamos al estancamiento.
“Los amores heñidos (sí, HEÑIDOS) son los más queridos”
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