
Como si las palabras lo pudiesen decir todo.
El comienzo de la sabiduría es el silencio.
Pitágoras
Yo os escribo porque es mi modo de entrar en vuestro corazón a la hora que vosotros me queráis abrir la puerta, pero hay momentos donde la mejor respuesta la tiene un abrazo o un silencio compartido de la mano.
Vengo observando hace tiempo, y me preocupa, que nos asusta el silencio. A mucha gente le da pavor que no se oigan voces, que solo queden ruidos ambientales, que la imaginación haga de las suyas. Parece que nos incomoda oírnos los latidos del corazón o que el alma nos exija la conversación pendiente… Nos inquieta encontrarnos con nosotros mismos o el no tener nada que decir cuando estamos con alguien, como si solo hablasen las palabras, como si las palabras lo pudiesen decir todo.
Existe en algunas personas cierta necesidad imperiosa de comentarlo todo o estar rodeadas de bullicio. No ven una película sin narrar cada acción o no saben estar en casa a solas sin la TV o radio encendida, no vaya a ser que se oigan a sí mismas. Nos sumergimos entre jaleo y ruido para evadirnos como si el estar en silencio fuese a consumirnos o fuese una propuesta indecente. Y nos equivocamos. El silencio tiene mucho que contarnos y enseñarnos. De nosotros mismos y de lo que pasa a nuestro alrededor.
Los espacios sin palabras son lugares para escuchar con el corazón.
Compartir silencio nos sonroja y suscita incomodidad, lo cual es natural. Estar en silencio con comodidad es signo de intimidad, de confianza con quien estás, y si estás a solas, es señal de no temer a encontrarte contigo mismo. Y esto es precioso. Hay momentos que no requieren palabras, solo piden presencia, que estés -que (te) des la mano, un abrazo, una sonrisa-, que uses la gramática del corazón no la de la lengua. Nos empeñamos en pronunciar hasta las comas y puntos de lo que ocurre, hiperestimulamos los oídos y abusamos del aparato fonatorio. Parece que evitamos que el pensamiento analice y hacemos ruido para no escuchar las respuestas que tiene para nosotros.
El silencio tiene una función muy importante en nuestra salud mental a parte de ser esencial para la regeneración neuronal y cerebral. Lo dice la ciencia y la experiencia. De no ser por él, el cerebro colapsaría, acabaríamos por desconocernos y la comunicación quedaría entrecortada, coja, sin sentido.
Estar en silencio es darle tiempo al corazón para que ordene las emociones y para que se entienda con la mente. Es captar el mensaje de una mirada, evitar que la lengua haga desperfectos y permitir que el momento quede libre de descripciones innecesarias que muchas veces no alcanzan a expresar lo que una mente es capaz de pensar y un corazón de sentir.
El punto de partida.
El silencio es oportunidad de aprender y poner paz, es una herramienta muy potente. Es el punto de partida del saber además de tener una importante función en la interacción humana y en nuestra salud mental. Hay silencios que dan más testimonio que cualquier discurso. Ante una desgracia vale más un silencio compartido que mil palabras; sentir tu presencia y la de quien te acompaña es suficiente para apaciguar un poco el dolor. Es cierto que hay silencios afilados, que duelen, esos que regalan la indiferencia, falta de respeto o escasez de corazón, pero esto es una muestra más de lo que el silencio tiene que decirte.
Vayan las cosas como vayan, es necesario encontrarnos con el silencio unos minutos al día para observar que se cocina dentro de nosotros, para generar ideas, para no desoirnos a causa del bullicio que esta sociedad llena de prisas genera. Da la cara al silencio, date la oportunidad de escucharte, de subrayar pensamientos y observar si hay algún enredo en tu interior para deshacerlo antes de que llegue a más.
Necesitamos del silencio para entender lo que ocurre dentro y fuera de nosotros, para poder generar conocimientos y sentir adecuado, para CRECER por dentro. Así que te reto a quedar con él y conectar contigo.
Imagen cabecera: Blake Connally
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