
No seas fachada, sé hogar.
En una sociedad de aparentes libertades, se dedica cuantioso tiempo a encontrar un buen envoltorio que precinte bien nuestra personalidad para facilitar que el otro se cree una imagen buena de nosotros, despistándonos de trabajar nuestro interior concienzudamente, experiencia tras experiencia. Un interior que queramos o no, SIEMPRE, SIEMPRE, acaba por quedar al descubierto y cuya belleza desmerecemos al esconderlo, al haber creado expectativas, no mejores ni peores, sino desmesuradas y poco acordes con nuestra persona.
Seguimos guiándonos por fachadas a pesar de que pedimos a gritos el valor de la sencillez y la importancia de ser uno mismo sin maquillajes. Fachadas cuya puerta en muchas ocasiones no abrimos para comprobar el hogar que hay detrás. Un hogar llamado corazón, un corazón cuya esencia no se ve a simple vista.
El “quid de la cuestión” está en ambos lados, en el que vende una portada y en quien la compra sin preguntas suponiendo a partir del titular, guiándose por estereotipos y no por la sensatez y cercanía personal. Debemos ahondar en el interior de las personas, ahí es donde se encuentra la verdadera belleza. Es en lo íntimo donde se refugia lo no perecedero de la persona, sus pros y contras compensados, su valor como ser humano.
No hay mejor apariencia que la de alguien que actúa con naturalidad.
La afinidad debe ser de corazón a corazón. ¿Tan importante es caerle bien a esa persona? ¿Qué pretendemos al querer forzar agradar a todo el mundo? Vale sí, ¿quién no ha hecho estupideces por contentar a alguien? Pero una cosa es una acción absurda y otra diferente es una tendencia a ocultar lo que somos. Quien te quiera querer, lo hará, y quien te quiera desmerecer, también. Siendo tú mismo se lo pones fácil al primero y difícil al segundo. Así que prima tu esencia y no tu apariencia.
La afinidad no le compete al sentido de la vista sino al lenguaje del corazón.
Tú eliges como edificar tu personalidad, si poner muebles al azar o crear un hogar. Una fachada sin buenos cimientos, créeme, SIEMPRE termina por derrumbarse. No consiste en crear un fuerte donde rehuir temores y reunir gente, ni en ser una continua jornada de puertas abiertas, consiste en no temer a mostrarte como eres cuando alguien llame a tu puerta.
Puedes impedir que vean a través de las ventanas y taponar tu chimenea de emociones cuando estés echando humo, pero más pronto que tarde, las personas tenemos la curiosidad de traspasar las fachadas y descubrir lo que guardan.
Lo que nos mantiene de pie en los malos momentos no es la fachada sino los cimientos.
Es humano que te adornes, que te saques partido, que presumas de vez en cuando, pero por favor, no pierdas tu esencia por contentar a quien solo ve apariencia. Tenemos la constante tarea de valorar y mimar a quien se atreve a entrar en nuestra intimidad y cuidarla; tenemos la valiente labor de sacar de nuestra vida o no dejar entrar a quien nos devalúa o solo nos compra por la portada. Además, cuando primas la calidad sobre la cantidad, te das cuenta que acabas consiguiendo ambas sin pretenderlo.
No veas fachadas, ve hogares.
No seas fachada, sé hogar.
Comparte esto:
- Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en LinkedIn (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para compartir en WhatsApp (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para enviar un enlace por correo electrónico a un amigo (Se abre en una ventana nueva)
- Haz clic para imprimir (Se abre en una ventana nueva)
También puedes leer...
Post relacionados
¿Qué es lo que realmente quiero?
Cuando planteamos preguntas, es porque hay respuestas. Los interrogantes no...
Sal a tu encuentro.
Aquí ando con tu corazón en mi mano. Quería tomar la máxima conciencia de cómo te...
Comments (2)