
La vida no es de color rosa.
No te voy a pedir que pienses siempre positivo, que evites los malos rollos, que no te desanimes y que no te pases ni un minuto sin sonreír, porque hay pensamientos que no los podemos controlar, situaciones que no vemos venir, metas que se nos truncan y momentos para todas las emociones. Como dice un proverbio ruso “el paso por la vida no es atravesar una llanura”.
La vida no es rosa, azul, negra ni amarilla. La vida es una constante génesis, un arcoiris con infinidad de tonalidades, una continua combinación de colores, colores que debemos permitirnos sentir, colores que en parte tenemos la libertad de elegir ya que somos libres de decidir la actitud con la que afrontarla. No es lo mismo apostar por el optimismo que por el derrotismo, “no hay color” 😉
Al igual que comes cuando tienes hambre y no le pides peras al olmo, conviene permitirnos sentir lo que el corazón está gritando y no pedirle alegría al que acaba de ser golpeado. Hay que dejar que las emociones lleven su curso en sus diferentes formatos de expresión adecuada: palabras, música, pintura,… No vienen a nosotros para asustarnos sino “para algo”, esta es nuestra tarea: no negarlas y descubrir ese “para qué” (lo cual no impide poder llorar de gozo y reír en el desconsuelo).
Si negamos las lágrimas, alteramos el rumbo de nuestro corazón.
Frente a las emociones hace falta naturalidad y responsabilidad. Si no lloramos lo que nos duele, le mandamos contradicciones a nuestra mente. Si no reímos lo que nos extasía, es como pretender vivir sin respirar. Y al igual que la risa se contagia, cuando no estamos bien, nuestro entorno se resiente. Hay que sentir, mucho, todo. Pero hay que responsabilizarse de los sentimientos y las situaciones en las que nos embaucan.
Por otro lado, la represión es un pozo con fondo, y cuando se toca emerge todo a la superficie de un modo normalmente desmesurado. Es cuestión de gestión, de asumir que en la vida no siempre vamos a sentirnos bien, pero que aceptada y sentida la pena, frustración, enfado o la emoción pertinente, podemos gestionarla y reconvertirla a favor de nuestra salud.
Hacer “oídos sordos” al corazón conlleva vivir a espaldas de uno mismo. Para superar algo, primero tenemos que aceptar su existencia.
Es absurdo sellar nuestros labios cuando nos duele la herida, al igual que no permitirse sonreír por estar pasando una mala racha. Mostramos más fidelidad a los hechos que a nuestra alma. Tenemos derecho a sentirnos de mil maneras, pero tenemos el deber con nosotros mismos de hacerles frente a las emociones, de aprender de las jugadas de nuestro temperamento para acabar ganando el máximo de partidos.
Al corazón le tienta la impulsividad y a la mente la irracionalidad por lo que no siempre aconsejan adecuado, de ahí la importancia de no negar lo que sentimos/pensamos pero sí valorar su repercusión y afrontarlo. Permitámonos sentir lo que se cocina en nuestro interior, pero no seamos esclavos de nuestras emociones, revelémonos, es importante saber sublevarse ante las actitudes que nos hacen sentir pequeños y ante los sentimientos que nos restan.
No es tanto lo que sentimos, sino como lo afrontamos.
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